Lunes, 11 Julio 2016 00:00

Por los caminos con Teresa, la de Jesús

Valora este artículo
(0 votos)

Lo bueno de un centenario comienza… después de acabarlo. Y que nadie piense mal porque no se trata de quitarse de encima los mil y un preparativos que se hacen para que la celebración sea inolvidable. Un centenario es tiempo de memoria agradecida y también de presente que mira al futuro desde la inspiración y la vitalidad de sus propias raíces.

Por eso, acabar un centenario es inaugurar otro tiempo, callado y cotidiano, de dar frutos con esa gracia siempre nueva, ¡incluso quinientos años después! Vamos a recordar algunas frases del inmenso magisterio de esta mujer que nos pueden dar pistas para seguir “viviendo el centenario” desde una comunidad educativa.


“El alma es de cristal, castillo luminoso, perla oriental”. Seguimos caminando acompañados por esta mujer inusualmente actual. Teresa de Jesús nos asoma una y otra vez al sorprendente misterio de nuestra humanidad, la indescriptible belleza que late en el fondo del ser humano. Estamos llamados a reflejar en nuestro pobre barro la luz de Dios mismo, un Dios enamorado de nosotros hasta el punto de hacer de nuestro corazón su morada y de nuestra carne, la suya propia. Sí, Dios mismo se ha hecho uno de nosotros y ha convertido todo lo que es nuestro mundo en lugar de su presencia, en historia de salvación. La santa no dejará nunca de estremecerse, fascinada y agradecida, por este misterio de la encarnación por el que Dios se hace tan increíblemente cercano a nosotros que podemos verlo, tocarlo y dialogar con Él.


     “Quienes de veras aman a Dios, todo lo bueno aman, todo lo bueno quieren, todo lo bueno favorecen, todo lo bueno lo dan”. Teresa nos enseña un nuevo modo de mirar a la persona y de mirarnos a nosotros mismos. Es la mirada de Jesús, capaz de descubrir la hondura indescriptible de nuestro ser, su misterio profundo que se abre hacia la Trinidad, su hermosura y valor. Es ese mirar amoroso que ayuda hacer brotar lo mejor que somos. La mística Teresa es, sin duda, maestra de humanidad.


“¡Oh, que buen amigo eres, Señor!”. Nos invita una y otra vez a vivir el seguimiento de Jesús en clave de amistad. ¡Qué diferente es nuestra fe vivida como amistad! El Jesús Amigo, de Teresa y nuestro, muestra la grandeza divina justamente en cuanto amor que se entrega y que, ¡oh, sorpresa!, espera y desea nuestro amor y amistad. Nos acerca a un Dios humano y humanado, un Dios que ama y que nos enseña a amar, un Dios fiel, misericordioso, que se hace abaja por amor para darnos vida, que siempre crea en torno a Él lazos, cercanía, amistad, COMUNIDAD. Esto somos los cristianos: los amigos de Jesús, hermanos y hermanas con las manos abiertas para acoger a quien necesita una mano amiga cerca.


“El amor cuando es crecido, no puede estar sin obrar, ni el fuerte sin pelear, por amor de su Querido”. Siempre nos ronda la tentación de hacer de nuestra fe un refugio y de la oración, una evasión. Sin embargo, nadie como Teresa de Jesús para recordarnos que la amistad profunda con Jesús se convierte siempre en un entusiasta compromiso por el Reino. No va la cosa en tareas, afanes, éxitos al uso, sino en entrega y servicio apasionados, humildes. Porque no se puede amar al Maestro sin amar su misión y a su Iglesia. Y no se puede acoger el inmenso regalo de un Dios que se nos da Él mismo sin desear responderle dándonos como Él en su viña, nuestro mundo.


¿Os ha parecido intenso el centenario? Pues manos a la obra ¡que más intenso es el camino que nos abre ante nosotros!

 

Mª José Mariño

Carmelita Misionera